Escuela Publica ubicada en la Ciudad de San Luis-Argentina, que en el año 1986, abre sus puertas al saber, a la educación, la querida escuela Nº 49. Por resolución Nº 88 del 12 de febrero de 1986 y expediente Nº 503-86, el consejo Honorable de Educación de la Provincia, crea la ESCUELA PRIMARIA COMUN MIXTA en el nuevo BARRIO POLICIAL - 1986 - "BODAS DE PLATA" - 2011,es su Director Actual el Prof. JULIO CESAR ORTIZ-ViceDirector Prof.HECTOR LUIS PUGLISI-Secretaria.Prof.NORMA ESTER PERSOGLIO
lunes, 16 de mayo de 2011
NUESTRO HÉROE PUNTANO-"Cnel.JUAN PASCUAL PRINGLES"
Fue un guerrero valiente y leal. Leal a su patria y leal consigo mismo. Vivió un tiempo de guerras y batallas, de tumultos y asonadas, de intrigas y violencias. Participó en las guerras de la Independencia bajo las órdenes de San Martín y Bolívar. Peleó en Junín y se dio tiempo para salvarle la vida al general Necochea. Bajo las órdenes de Sucre probó el filo de su espada en Ayacucho, la última batalla de la Independencia.
Su carrera militar fue breve. Apenas diez o doce años. Se inició como alférez, y cuando murió era coronel. No fue un militar de escritorio. A diferencia de nuestros contemporáneos, oyó silbar las balas, sintió la mordedura del plomo en la carne. Todos los ascensos los ganó en el campo de batalla. Allí también ganó las medallas y esas otras medallas que quedan marcadas para siempre en el cuerpo de un guerrero: las heridas y las cicatrices de las heridas.
Ganó y perdió batallas. Nunca se rindió. No concebía que un soldado se rindiera sin pelear hasta el último cartucho. “Hemos venido al Perú a pelear, no a rendirnos” le contestó a un asombrado oficial español que no terminaba de entender por qué, después de guerrear con quince hombres contra un batallón de 500, había rechazado toda oferta de rendición.
Murió en San Luis, su provincia. Herido de muerte, clamaba por un trago de agua que nunca llegó. Tenía 36 años, y desde los veinte su único oficio había sido la guerra.
Bolívar lo recuerda por haberle entregado la Orden del Sol. San Martín lo menciona cuando le entrega otra medalla. Mitre le dedica algunos párrafos. Algo parecido hacen Paz y Lamadrid en sus Memorias. Nadie habla demasiado de él pero todos coinciden en destacar su valentía, su coraje temerario.
Juan Pascual Pringles nació en San Luis el 17 de mayo de 1795 y murió cerca de río Quinto el 19 de mayo de 1831. Sus padres fueron Gabriel Pringles y Andrea Sosa. La leyenda cuenta que su casa paterna estaba levantada en la esquina de 9 de Julio y Colón.El futuro guerrero de la Independencia se inició como empleado de comercio en Mendoza. El destino se empecina en tejer esos pequeños contrastes. Durante dos o tres años el joven Juan Pascual se desempeña detrás de un mostrador en la tienda de don Manuel Tabla.
Bajo las órdenes de Vicente Dupuy, gobernador de la provincia, el joven Pringles aprende a manejar las armas. Para esa fecha se casa con Valeriana Villegas que será la madre de su única hija: Fermina Nicasia. A mediados de 1818, soldados y oficiales realistas están confinados en San Luis. Es la sanción impuesta por San Martín a los derrotados en Chacabuco. En febrero de 1819 los prisioneros se amotinan bajo las órdenes del general José Ordóñez. No se sabe bien si tomaron la Casa de Gobierno o estuvieron a punto de tomarla. Lo que se sabe es que la respuesta patriota fue fulminante y los amotinados fueron reducidos. Dos personajes se destacaron en ese operativo. Uno se llamaba Pringles; el otro, Facundo Quiroga. Hay que prestar atención a este detalle porque años más tarde el destino volvería a juntarlos.
En las Chacras de Osorio, el joven Pringles se incorpora al ejército que San Martín estaba formando para marchar a Perú. La expedición sale de Valparaíso el 20 de agosto de 1820. Tres meses después Pringles vivirá su hora más gloriosa.
Pringles sale con diecisiete granaderos. En la Caleta de Pescadores, cerca de Chancay, decide hacer un alto. De pronto aparecen en el horizonte dos escuadrones de dragones armados hasta los dientes. Son más de 500 hombres contra 17. El jefe español exige rendirse. El único grito que se oye en el silencio atroz de la tarde es su voz gritando “a degüello” . Los godos no podían creer lo que estaban viendo. Apenas diecisiete hombres se abalanzan sobre ellos como si fueran soldados de juguete.
Después del primer encontronazo, Pringles y un puñado de sobrevivientes quedan acorralados. Al frente, los españoles; a sus espaldas, el océano. La voz de general Valdez vuelve a reclamar rendición. Pringles no lo duda. No ha venido al Perú a rendirse. Se envuelve en la bandera y se lanza con sus soldados al abismo. El coraje es contagioso. Desde el acantilado, los soldados españoles saludan a los bravos. Las olas los arrastran hasta la costa. Valdez propone ahora la rendición condicional. A Pringles y a sus soldados se les respetará la vida y no están obligados a entregar documentos o a revelar secretos.
Unas semanas después, los prisioneros serán canjeados por prisioneros españoles. Valdez le envía un parte al coronel Alvarado en el que pondera las virtudes guerreras de Pringles. San Martín, cuando se entera de la noticia, no lo duda. Ordena que se forjen medallas para Pringles y sus hombres. La medalla tiene inscripta esta frase: “ Gloria a los vencidos de Chancay”.
Y entramos ahora al último tramo de la historia. El escenario son las soledades de San Luis y Córdoba. Otra vez la mano del destino. Pringles acaba de ser derrotado por las tropas de Facundo Quiroga en San José del Morro. Se repliega hasta la provincia de San Luis. Está rodeado. Lo sabe y no le importa. Confía en su estrella. Ha conocido momentos peores. En las orillas del río Quinto es derrotado otra vez. Un oficial le ordena rendirse. Pringles dice que sólo entregará su espada al general Quiroga. El oficial le dispara a quemarropa.
Durante dos o tres días Pringles agoniza en medio del desierto. La patrulla llega finalmente hasta el campamento de Quiroga. Orgulloso, el oficial le muestra el cadáver. Quiroga ya está enterado de todo. Siempre sabía todo. Sus ojos negros brillan furiosos. La leyenda cuenta que los destinatarios de aquellas miradas fue lo último que vieron en la vida.
“ ¡Por no manchar con tu sangre el cadáver del valiente Pringles -le dice- es que no te hago pegar cuatro tiros ahora mismo!. ¡Cuidado otra vez -miserable- que un vencido invoque mi nombre!” Quiroga se ha sacado su poncho, el poncho que lo acompañó en tantas batallas y que lo protegió del frío y de la lluvia, de la soledad y de las derrotas. Se ha puesto de rodillas. Los hombres lo miran en silencio. Con un cuidado, con una delicadeza que ninguno de sus soldados conocía, cubre el cuerpo del bravo coronel Pringles. Imposible un homenaje más justo y más digno.
Rogelio Alaniz
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